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Alejandro Mantilla: de música y gente

Si tuviera que componer la banda sonora de su vida, seguramente sería la unión de la música, las personas y su país. Músico, sociólogo, director orquestal y pedagogo musical, esta es la historia de Alejandro Mantilla Pulido, Coordinador del Área de Música del Ministerio de Cultura de Colombia.

Alejandro Mantilla de musica y gente

Alejandro Mantilla (centro) y sus compañeros de trabajo. Archivo de la Dirección de Música del Ministerio de Cultura de Colombia.

Hace ya unas seis décadas nació Alejandro, el primer varón –después de cinco mujeres– de la familia Mantilla Pulido en Pasto, Nariño. Su padre, Rito Mantilla, un músico consagrado y director orquestal, estaba tocando en el parque principal durante un festival. Tan pronto se enteró de la noticia, corrió al hospital para hacer una de las presentaciones más importantes de su vida: la serenata de agradecimiento a su esposa y la bienvenida a su niño. Desde ese día casi todo en su vida ha sido música.

Rodeado de arte

En el caso de Alejandro, todo empezó por casa. “Con mis hermanos decíamos que íbamos a la discoteca de mi papá, que no era otra cosa que un archivo de acetatos. Era impresionante verlo los fines de semana haciendo los arreglos instrumentales para las orquestas, cantando y explorando los textos. Es uno de mis mejores recuerdos”, cuenta Alejandro.

Su papá fue el fundador de la Academia Colombiana de Bellas Artes, lugar en el que pasó parte de su adolescencia entre pintura, poesía, escultura y, por supuesto, música. También fue estudiante del Colegio Salesiano, donde hizo parte de la banda de vientos y la orquesta bailable. “Fue muy interesante mezclar la rigurosidad de una banda de vientos y la experiencia empírica de una orquesta bailable, eso te forma como músico”, dice Alejandro.

Durante esos años también se enamoró de las causas sociales, desarrolló una visión crítica de la sociedad y una vocación de servicio gracias a la filosofía de su colegio. Al mismo tiempo, don Rito le enseñó a dirigir coros y fue director asistente del coro de la Universidad Javeriana y del Sena. Al terminar su bachillerato estas dos cosas serían su gran dilema: estudiar música profesionalmente; o estudiar sociología y trabajar por los demás.

Lo uno y lo otro

Sorpresivamente, la decisión fue estudiar Sociología. Ingresó a la Universidad Nacional, pero luego de su primer semestre la institución estuvo cerrada por un año, mientras tanto, y como designio de la vida, volvió a trabajar con su papá en la dirección coral. “Eso me permitió profundizar en la práctica musical porque estudiaba con mi papá y tenía varios grupos corales, pero sabía que me faltaba la formación profesional”, señala Alejandro.

Después de este receso volvió a la universidad y se convirtió en sociólogo para nuevamente enfrentarse a una decisión importante: seguir estudiando bajo una línea de investigación sociológica, o ingresar a la Universidad Pedagógica y estudiar Pedagogía Musical. Esta vez ganó la música.

Tal vez se pregunten qué tienen que ver la sociología y la pedagogía musical, pues para él tiene mucho sentido, de hecho, esa decisión fue la que lo llevó a ser quien es hoy. “La sociología me ayudó a comprender las realidades sociales e institucionales en el contexto de la educación. Fue interesante encontrar esa conexión entre lo artístico y lo musical con lo social”, cuenta Alejandro.

El Alejandro de siempre

Al terminar su segunda carrera se dedicó a ser docente universitario y a seguir con su práctica musical, hizo trabajos experimentales con comunidades a propósito de la música. En la década de los años 90 fue director del Departamento de Música de la Universidad Pedagógica, al mismo tiempo hizo parte de un comité para la conformación del área de música del Ministerio de Cultura, que en ese entonces era llamado Colcultura.

Después de dos años y medio de trabajar en la Universidad, decidió renunciar para ir a recorrer el país y conocer sus músicas de la mano de Colcultura. “La Universidad me permitía el desenvolvimiento intelectual y académico, pero no el acercamiento con la realidad, con la población”, explica. Hace 24 años coordina el área de música del Ministerio de Cultura, desde 1997, cuando Colcultura dejó de existir.

Ha sido testigo de cómo el país cuenta su historia a través de la música y ha participado en los programas nacionales de prácticas musicales que articulan el movimiento de bandas, lo coral y las músicas tradicionales. Desde el 2001 con el Plan Decenal de Cultura, la priorización de la música y la asesoría de líderes regionales, nació el Plan Nacional de Música para la Convivencia, proyecto que coordina y que le ha permitido hacer lo que le gusta: vivir su país, conocerlo desde adentro.

El que todos conocen

Cada vez que Alejandro se cruza con alguien en los pasillos de la oficina, sonríe, saluda con amabilidad y a vuelta recibe un “maestro, ¿cómo está?”, “¿cómo le ha ido, maestro?” Tal vez por la formalidad y el respeto, o por admiración, como dice Victoriano Valencia, músico, docente y amigo de Alejandro. “Él ha sido una gran influencia en mi vida, hemos sido amigos y compañeros de trabajo. Nos ha enseñado a muchos que más allá de las instituciones están las personas”, cuenta.

Victoriano y Alejandro se conocieron en la Universidad Pedagógica en medio de un movimiento estudiantil que pedía más diversidad en la educación. Victoriano era el estudiante, Alejandro era el director del Departamento de Música. Después de un tiempo, Alejandro lo invitó a trabajar en el Ministerio diciéndole, “venga a ver, muestre por qué es lo que usted tanto pelea”, dice Victoriano entre risas.

A Alejandro lo conocen apasionado por su trabajo, terco con sus convicciones y su mala memoria. “En el trabajo a veces no recordaba los acuerdos que hacíamos en equipo, luego tomaba él las decisiones”, cuenta Victoriano. Fuera del trabajo juega baloncesto de vez en cuando, sigue amando la poesía y es un hombre de familia.

Lo que muchos no saben es que nada habla más de su pensamiento que sus dos hijos: Tupac y Lautaro, portadores de nombres de indígenas revolucionarios latinoamericanos, herederos de las pasiones de su padre y hoy músicos. Tampoco saben que nunca ha sido muy fiestero, en su juventud evitaba pasar por la esquina rumbera donde se encontraban sus amigos después del trabajo. Seguramente, tampoco saben que uno de sus talentos es silbar, y que en su juventud le gustaba cantar ‘América’, ‘Libre’ y otras canciones de Nino Bravo acompañado de sus amigos y los instrumentos. Lo que todos saben es que, como dijo alguna vez Luz Teresa Gómez, su esposa, “pocos tienen la fortuna de trabajar por un sueño mientras se hace realidad, como Alejandro”.