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Rafael García, el hombre que convirtió el aburrimiento en música

Rafael García González tropezó con la música por culpa de un accidente que lo dejó más de un año inmovilizado. Esta es la historia de un barranquillero, integrante de la banda Aterciopelados, que se unió a este viaje de enseñanza musical llamado Viajeros del Pentagrama.

Rafa García 1 

 

Por Lucy Lorena Libreros 
Periodista cultural.

El principio de esta historia ocurrió en el barrio Alto Prado, al norte de Barranquilla. El menor de la familia García González entretenía las horas muertas con fútbol, como casi todas las tardes, hasta que una mala jugada lo arrojó bruscamente al suelo con una rodilla fracturada. Hasta entonces, el chico cargaba a cuestas la alegría de saberse un jovencito típico del Caribe, de esos que aman la calle y correr detrás de una pelota con los amigos de la cuadra. Pero después del accidente un médico le dio una dosis de realidad que le costó comprender: año y medio de completa quietud. Con apenas 15 años, el hijo de los García conocía el aburrimiento.   

El que hace memoria es su protagonista. Se llama Rafael y muchos años han pasado ya desde esos días de tedio. Pero el recuerdo sigue nítido. Porque, ahora que lo piensa, de no ser por aquel percance no habría tropezado con una vieja guitarra, un libro olvidado con instrucciones para interpretarla y la certeza absoluta de que no había nacido para nada distinto que la música.

Sentado en su propio estudio grabación en Bogotá, Rafael ajusta el espejo retrovisor de la memoria y recrea con voz tranquila a aquel muchacho lesionado que intentaba, de manera autodidacta, robarle acordes a esa vieja guitarra. Lo poco que sabía de música lo había aprendido en las clases fugaces de flauta y piano que recibió de niño y lo que había abrevado de la espesa cultura musical que se respira en el Caribe, en la Barranquilla de carnaval, de juglares y cantores.

Lentamente, y como resultado de la terquedad de un chico que no quería aburrirse encerrado en sus casa, las notas musicales fueron apareciendo. Algunas de bambucos, otras de pasillos y vallenatos. Un aprendizaje tímido en todo caso. “Pero ya desde ese momento comenzaba a notar que tenía oído; que se me daba fácil entender la música”.  

Algo debía sospechar también don Rafael Joaquín, su papá, un médico que dividía su tiempo entre sus pacientes y su fervor en una iglesia cristiana. Un día convenció a Rafael Jr. para que lo acompañara a uno de los cultos. Y el joven, aún con la resaca de la lesión, cuenta que lo primero que llamó su atención al llegar al lugar fue la banda musical de jóvenes que hacía más amable la fe de los asistentes.

Ese día se enteraría de una convocatoria que buscaba jóvenes talentos para un grupo juvenil más ambicioso. “En ese momento, yo solo me sabía dos acordes de la guitarra, pero pasé las pruebas, me seleccionaron y terminé quedándome dos años en el grupo. Fue una época de mucho aprendizaje, en medio de la presión de sacar una canción en dos días, por ejemplo. Pero al final lo lograba”, recuerda Rafael. Desde entonces, no volvió a separarse nunca de una guitarra.      

Ahora tiene 34 años, un título de músico profesional de la Universidad Javeriana de Bogotá, una maestría en música con énfasis en ingeniería de sonido y una extensa carrera de 18 años en la que se ha probado como productor, arreglista y compositor. Recuerda que abrazó el camino profesional de la música sin cortapisas: “Mi familia me apoyó en la decisión de estudiar música, pese a la idea generalizada y errónea de que no es una profesión con mucho futuro. De ver que los hijos de sus amigos se inclinaron por ingeniería de petróleos, de administración, de economía…”.

A Bogotá llegaría jovencísimo e inmaduro. “Es que uno a los 18 años no tiene idea de nada. A edad no deberían dejarnos elegir carrera ni mucho menos un presidente”, se le escucha decir. Pero con los meses comprendió que la vida lo puso frente a la posibilidad de enriquecerse conociendo culturas de otras regiones. “Eso fue lo que más disfruté: compartir con caleños, bogotanos, paisas, pastusos. Lo diversos que somos, lo complejos que somos. Fue en ese momento que la música tomó sentido para mí; todo eso que había aprendido a mi manera, empíricamente”.

Quienes lo conocen, quienes lo han visto en la tarima de un bar o de un concierto, saben que es tan buen bajista como percusionista. Que lo mismo puede dictar talleres de música que crear sonidos para ambientar una obra de teatro.

Algunos más, seguro, lo vieron con un bajo acompañando en tarima a una de las agrupaciones de rock más emblemáticas del país, Aterciopelados. La oportunidad de tocar para la mítica banda fundada por Andrea Echeverry y Héctor Buitrago le llegó de manos de Felipe López, su profesor de la clase de sonido en vivo y el ingeniero de sonido del grupo. Le dijo que estaban urgidos para una gira que tenían por varias ciudades de España y que se extendería durante dos semanas.

Era 2007 y Rafael García, de 23 años, frecuentaba por ese entonces las noches de rumba bogotana con La Plancha Band. Sorprendido ante la posibilidad de tocar para Aterciopelados, ensayó fuertemente para el casting: debía preparar tres canciones y presentarlas en 20 minutos. Una de ellas, era ‘Oye mujer’, que hace parte del sexto álbum de Aterciopelados, ganador en los Grammy Latinos como Mejor Álbum Alternativo.  

“Fue mi primera gran experiencia como músico, cuando ni siquiera me había graduado”, cuenta Rafael. En sus recuerdos aún permanece nítida la fotografía de un concierto en Sevilla ante más de 10 mil personas.

Hoy sigue vinculado a la banda como encargado de la producción. Aunque, a veces, se permite la licencia de subir con Aterciopelados a tarima para acompañarlos en el bajo.

A veces, también, se vincula a proyectos culturales como Viajeros del Pentagrama, una iniciativa del Ministerio de Cultura, la Fundación Nacional Batuta y la Organización de Estados Iberoamericanos que busca facilitar la enseñanza y el aprendizaje musical en niños entre los 5 y los 11 años. Rafael aceptó el reto de protagonizar una serie de video-tutoriales que enseñan, en un lenguaje sencillo y entretenido, sobre conceptos como la discriminación tímbrica, la diferencia entre cantar y hablar, la velocidad del sonido, el ritmo y la notación musical.

Rafa García 3

“Me parece importantísimo acercar a los niños a la música. Mostrarles que la música es mucho más cotidiana de lo que parece; está en todas partes desde que el día comienza: los pájaros cantan, los grillos hacen coros, hasta los motores de los carros tienen música”, reflexiona Rafael.

Él lo descubrió tempranamente, allá en su casa del barrio Alto Prado de Barranquilla, cuando por culpa de una rodilla rota se empeñó en aprender a interpretar una vieja guitarra. Ese fue el principio de esa historia. Ya lo había advertido el cantante estadounidense Jason Mraz: “La música es un arma contra la infelicidad”.